Mucho espectáculo, pocas o ninguna promesa y más de un 70% de los votos. El resultado no es curioso en sí mismo, pese a que ningún candidato en la historia democrática de Ucrania haya tenido tanto apoyo hasta la segunda vuelta electoral de ayer. Lo curioso es que el vencedor y próximo presidente de uno de los países más grandes de Europa es Volodimir Zelenski, un comediante de 41 años cuya única experiencia política hasta ahora había sido personificar a un mandatario en la sátira televisiva Servidor del Pueblo. Toda su campaña fue tan espectacular que hasta su partido político tomó el nombre del show. Y aún así, obtuvo casi el doble de votos que el presidente saliente Petro Poroshenko en primera vuelta y lo derrotó en 23 de las 24 provincias ucranianas en el ballotage.
La llegada al poder de tan curioso personaje es un gran signo de pregunta para la política ucraniana y un fracaso para sus principales figuras. Hasta hace menos de un año, la ex empresaria Yulia Timoshenko, líder del partido centroderechista Patria, parecía encaminada a hacerse con la presidencia. Había quedado segunda en las elecciones de 2010 y de 2014, y se había constituido como una de las caras más visibles de la Revolución de Euromaidan, que expulsó de la presidencia a Víktor Yanukovich en el invierno de 2014. Prácticamente todas las encuestas la daban por favorita hasta principios de este año. Sin embargo su campaña se basó en atacar a Poroshenko, a quien acusó sin pruebas de comprar votos a cambio de unos 35 dólares, y a su gobierno. Incluso llegó a decir que la Ministra de Salud, nacida en Estados Unidos, había sido enviada por extranjeros para "experimentar" con los ucranianos. Este tipo de declaraciones, sumadas a algunas promesas gastadas y otras difíciles de cumplir como reducir el precio del gas en un 50%, pueden haber afectado su imagen. Por otro lado, quizás su campaña fue en realidad parcialmente exitosa y consiguió el objetivo de desprestigiar a Poroshenko, sólo que no logró más que eso.
El presidente saliente partía de un lugar más complejo que Timoshenko. A mediados del año pasado las primeras encuestas lo mostraban en el sexto lugar. El empresario, dueño de la enorme compañía chocolatera Roshen, es una de las personas más ricas de Ucrania y en 2014 se convirtió en el primer presidente desde 1991 en obtener más del 50% de los votos en primera vuelta y no enfrentar un ballotage. Llegó al poder con la promesa de recuperar rápidamente el control sobre la península de Crimea, anexada por Rusia en marzo de ese año, y sobre las regiones orientales del país, en guerra y bajo control de separatistas prorrusos hasta el día de hoy. No sólo no logró avances en estos territorios, tampoco consiguió mejoras relevantes para la compleja economía del país. En términos de producto bruto interno per cápita y según el Fondo Monetario Internacional, Ucrania es el país más pobre de Europa, con cifras casi siete veces menores que Argentina y cercanas a la mitad de sus vecinos de Bielorrusia. Si bien el PBI efectivamente creció, sigue muy lejos de los niveles previos a la guerra y a las disputas políticas y comerciales con Rusia. Tan sólo en el primer año de la guerra, el dólar estadounidense pasó de valer unas 8 grivnas a 24, con picos de 34 a principios de 2015.
Al mismo tiempo, el estigma de la corrupción endémica ha sido una pesada carga para la gestión de Poroshenko y su país continúa entre los peores del continente en la materia. El informe de 2018 de la ONG Transparencia Internacional ubicó a Ucrania en el puesto 120° de 180 países en cuanto a niveles de corrupción. Era el país más corrupto de Europa hasta 2016, pero, según esta organización, ese curioso honor pasó a corresponderle a Rusia. Por último, Poroshenko ni siquiera pudo cumplir su promesa electoral de vender Roshen. La principal fortaleza de Poroshenko era su experiencia, el acercamiento político a la Unión Europea que significó la liberalización del régimen de visas en 2016 y el establecimiento de un acuerdo de asociación con el bloque en 2017 que había sido rechazado por Yanukovich cuatro años antes. Pero eso no fue suficiente para evitar una dura derrota a manos del joven y carismático actor que mostró su falta de experiencia como si fuera una virtud. Zelenski repitió cientos de veces que él era un ucraniano más, que no pertenecía a la casta política marcada por la corrupción, pese a que se lo vincula con Igor Kolomoisky, poderoso empresario, dueño de la cadena televisiva 1+1, que transmite el show Servidor del Pueblo. El ¿ex? comediante tendrá que demostrar no sólo su capacidad sino también su independencia.
Zelenski ha alcanzado el poder como un outsider del sistema y con una buena carga de voto castigo a su favor, pero es difícil arriesgar cómo será su mandato. Durante la campaña se ufanó de no hacer promesas para así no decepcionar a los votantes y sus discursos se basaron en poco más que atacar a Poroshenko. Las escasas promesas que ha hecho no ofrecen mayores argumentos y se relacionan con terminar con la corrupción y la emigración masiva de jóvenes, recuperar Crimea y los territorios de oriente por vía diplomática con Rusia, no con los separatistas. Pero estas no son propuestas claras sino deseos bonitos, similares a los que hicieran tantos otros candidatos. Ahora el joven actor contará con cinco años para probar si es el recambio político que buscaron los ucranianos o si su espectacular campaña fue tan sólo un mal chiste.