Ganó River y, por sobre todas las cosas, ganó jugando bien. El equipo de Gallardo goleó por 3-0 a Central Córdoba de Santiago del Estero en el Monumental con tantos de Solari, Borja y Zuculini, respectivamente, y dejó atrás la pálida imagen que brindó en el encuentro vs. Arsenal durante la fecha pasada.
Para explicarlo de manera más gráfica: desatendiendo nombres y modelo de camiseta nueva, la goleada a Central Córdoba de Santiago del Estero encajaría sin llamar la atención en cualquiera de las mejores temporadas viejas de esta historia. Un River que presiona alto, que recupera rápido, que es veloz y fulminante en sus transiciones, con buen pie en todas las líneas, con laterales que pasan siempre. Con un Enzo Pérez en modo pulpo en la mitad de la cancha y un Pulpo en modo Armani en el arco.
Fue entonces, sí, el famoso River. Con Mammana y Pinola firmes en la cueva y un Armani que te salva cuando te tiene que salvar como para ponerle la frutilla a la fórmula de toda la vida. Demasiado, entonces, para un Central Córdoba que salió con intenciones muy nobles a presionar alto a la salida del CARP, que intentó un juego prolijo y por abajo, pero que se derrumbó como un castillo de naipes a los primeros dos sopapos de un River que, ahora sí, dio un paso adelante.
En funcionamiento y también en una tabla de posiciones que sin grandes cucos por delante puede empezar a despejarse de un momento a otro en la cima.
Boca lo ganó en el final
Tenía que ser así. El triunfo de Boca, el que cortara su racha sin ganar de visitante en el ciclo Ibarra, el que borrara otro partido flojísimo, el que lo sacara de su letargo, tenía que ser así. Sobre la hora. Mediante una arremetida individual de Villa, su mejor jugador. Y con una definición confusa, mordida, con más fortuna que precisión de Vázquez, el goleador que venía de 14 partidos sin convertir y que esta vez se sacó la mufa de la mejor manera posible. Tenía que ser así, claro. Pero qué va: el Xeneize se llevó el 1-0 en el minuto 91, que le sirve para ponerse de pie y para seguir con esperanzas en la Liga. A esta altura, no es poco.
Tenía que ser así, incluso, la situación que derivó en el gol. Porque Boca jugó a eso casi todo el partido. A esperar y a salir de contra. Lo hizo desde el comienzo, cuando se sintió inferior a Defensa. Desde lo postural, pareció una estrategia alarmante. Y otro reflejo de que el mal momento futbolístico le estaba pesando. El equipo de Ibarra, plantado con un 4-4-2 más rígido que otras veces, resignó desde el inicio terreno, pelota e iniciativa. Y se la entregó a su rival.
El segundo tiempo ya fue otro. Uno mejor para Defensa. Uno todavía peor para Boca. Algo que sólo se modificó en el final, en la última bola del partido (y de qué manera). De hecho, el Halcón le había generado tres situaciones claras a su rival en los primeros 15 minutos, que tuvo otra vez a Rossi como salvador del equipo (esta vez con Sergio Romero siguiendo las acciones desde muy cerca, en el banco, aunque sin haber firmado planilla).
Sin concepto de juego, sin ideas claras, sin ataque, sin fórmula, sin libreto, Boca fue otra vez un canto a la autogestión. Sobre todo, la de Villa. Y el colombiano, al fin de cuentas, hizo su parte: le abrió el camino a la victoria. Armó esa guapeada que derivó en el mano a mano de Vázquez y en un gol se gritó fuerte, porque fue el de la victoria, por lo que vale, por lo que significa y, sobre todo, por el escenario que evita.